Asignatura: introducción a la ciencia política.
La mujer y otros actores políticos tras la búsqueda de empoderamiento
Desde hace un
tiempo las demandas sociales de las mujeres se han incrementado a través de
movimientos feministas que reclaman y exigen espacios de poder en la sociedad,
pero, específicamente, en aquellos niveles de decisión que tradicionalmente
ocupan los hombres. Frente a esa desigualdad, los movimientos de mujeres exigen
mayor presencia en el aparato estatal, que las haga visibles en los espacios de
poder y, además, se respeten sus derechos como ciudadanas, algo que implica la
inclusión no solo como agentes sociales visibles en lo laboral, sino también en
lo político. Es así como las mujeres creen enfrentar y afianzarse frente al
dominio de los hombres en todos los ámbitos de la sociedad, pues ese dominio se
traduce en violencia debido a que las mujeres no son vistas como agentes
empoderadas ni con poder decisorio. Afortunadamente las voces feministas se han
afianzado con el paso de los años.
El feminismo,
que alza la bandera de la igualdad de género, levanta su voz contra la
discriminación, toda vez que el Estado ha sido un espacio de poder en donde la
mayor parte de los que gobiernan son hombres; las exigencias hechas por los
movimientos de mujeres, a través de los últimos años, han conseguido algunos
beneficios, pero todavía hace falta cerrar aún más esa brecha social.
En ese
sentido, un Estado en el que mandan los hombres, que tiene la capacidad de
legitimar la violencia y acumular poder, se convierte en el lugar perfecto para
que el dominio sobre las mujeres sea aún mayor y legitimado. Como señalaba
Weber (1979) al decir que el Estado era “el dominio de los hombres sobre los
hombres basado en los medios de la violencia legitimada, es decir,
supuestamente legitimada” (citado en Arendt, 1999, p. 138). Para complementar
esa definición de Estado y poder (definición que no es monolítica, sino por el
contrario, muy compleja) acudo a la definición aportada por Bob Jessop al decir
que “el poder del Estado es una condensación institucionalmente mediada del
equilibrio cambiante de fuerzas políticas” (Jessop, 2014, p. 35).
Por otro
lado, si hacemos un rastreo genealógico del poder, encontramos que Michel
Foucault, al indagar en las raíces del poder, observó en el poder pastoral
(gobierno de las almas) una fuerte influencia sobre el arte de gobernar en
sentido político, a partir del nacimiento del Estado moderno, el cual no solo protege,
sino que construye un discurso de vigilancia y castigo, en la que las relaciones
de poder adquirieron, según Foucault, connotaciones de rebaño. Foucault afirma
que “el poder del pastor es un poder que no se ejerce sobre un territorio; por
definición, se ejerce sobre un rebaño y, más exactamente, sobre el rebaño en su
desplazamiento” (Foucault, 2006, p. 154). Como veremos más adelante, los
movimientos feministas están en desacuerdo con esa visión de poder pastoral, el
cual ejerce su poder, a través de la sumisión y la obediencia ciega, vigilando
y prohibiendo.
En ese orden
de ideas, dentro de los movimientos sociales se destaca el movimiento
feminista, que si bien está influenciado por la ola feminista sufragista y marxista,
en la actualidad es más fuerte la influencia de tipo culturalista o feminismo
de tercera ola. Este movimiento feminista culturalista se adhiere a los nuevos
discursos posmodernistas basados en las exigencias ya no solo por la inclusión
como sujeto político, cuya exigencia más importante es la participación en
política, ni solo por la inclusión en la educación o en el ámbito laboral, sino
que una de sus demandas más importantes es el derecho a la autopercepción e,
incluso, al derecho de hacer de su corporalidad lo que crea conveniente y
satisfactorio para ella. Según el feminismo de tercera ola, el patriarcado es
un sistema opresor que las condena al hogar y, por supuesto, a la invisibilidad
social. Kate Millet (1995) afirma que:
Ello se debe al carácter
patriarcal de nuestra sociedad y de todas las civilizaciones históricas.
Recordemos que el ejército, la industria, la tecnología, las universidades, la
ciencia, la política y las finanzas -en una palabra, todas las vías del poder,
incluida la fuerza coercitiva de la policía- se encuentran por completo en
manos masculinas. Y como la esencia de la política radica en el poder, el
impacto de ese privilegio es infalible (p. 70).
Con lo
anterior, podemos identificar en el feminismo un movimiento social con un
enfoque cultural, cuyo actor político más relevante es la mujer, que no busca
reivindicar su ciudadanía solamente, sino que va en busca del fortalecimiento
de su subjetividad; busca un nuevo discurso que conflictúa ya no solamente en
lo estrictamente político, jurídico y económico, ahora el discurso se centra en
la libertad corporal y sexual. Según el sociólogo Boaventura de Sousa Santos
“los nuevos movimientos sociales representan la afirmación de la subjetividad
frente a la ciudadanía. La emancipación por la que lucha no es [solo] política
sino ante todo personal, social y cultural” (de Sousa Santos, 2001, p. 181).
Todos los
actores políticos, quienes exigen al Estado el cumplimiento de sus derechos, se
organizan en movimientos sociales cuando no son representados fuertemente en
las instancias del poder estatal, por ejemplo, el congreso. Teniendo en cuenta
eso, los movimientos feministas exigen ante el Estado inclusión paritaria en los
escaños del congreso, pues la mayor parte de éstos son ocupados por senadores y
representantes a la cámara. Una evidencia actual, en nuestro país, de actores
políticos y sociales son los del movimiento social de la minga indígena. El
columnista de opinión Horacio Brieva (2020) menciona en su columna que:
Movilizaciones como la minga
son las que le dan sentido a la democracia participativa, que sus recelosos
adversarios interpretan como un peligro cuando esa herramienta de la
constitución de 1991 se convierte en ríos de gente exigiendo sus derechos
políticos, económicos, sociales, educativos, culturales y ambientales (párr.
5).
Ahora, la relación existente
de los medios de comunicación tradicionales con los movimientos sociales presenta
una evidente ruptura en lo que a la representación se refiere. Los medios de
comunicación tradicionales son instrumentos de poder funcionales al poder del
dinero. La mayoría de los medios de comunicación tradicionales, que están
cooptados por los potentados económicos, desinforman a la opinión pública, con
algunas excepciones. Sobre esto Toni Negri (2014) “entiende que los medios
tradicionales son instrumentos de poder, y coincide con su entrevistador en que
la crisis de representación que afecta a los medios y a los políticos son dos
caras de la misma moneda” (citado en Demarchi, 2014, párr. 5). Con respecto a
los nuevos medios de comunicación, si bien se han convertido en un espacio en
donde los agentes sociales se expresan como actores políticos en una sociedad
fragmentada desde la perspectiva medios-sociedad civil, no es algo que
conllevaría a definirlo como un contradiscurso fuertemente establecido. García
Canclini (2014) “califica como una ingenuidad pensar que las redes sociales
pueden actuar como contrapoder que va a disminuir inmediatamente la
manipulación televisiva o de la prensa, aunque considera que produjeron una
reconfiguración de los medios clásicos” (citado en Demarchi, 2014, párr. 6).
Finalmente, en el presente trabajo se hizo referencia
a la relación existente entre el Estado, el poder, los medios de comunicación
tradicionales y nuevos, y como los nuevos movimientos sociales, por ejemplo,
los movimientos feministas, articulan nuevos discursos para deconstruir la
realidad social en la que se desarrollan, pues los discursos imperantes son
aquellos que se construyen desde instancias estatales dominadas por hombres, y
los medios de comunicación tradicionales y los políticos ya casi no los
representan. En este escenario, la irrupción de nuevos mecanismos de difusión
de la información se convierte en una tribuna desde la cual se construyen
discursos propios que sirven de instrumento para impedir la enajenación, la
manipulación y la desinformación. En ese sentido, el libro de Noam Chomsky y
Edward S. Herman merece la inclusión en este trabajo, porque es una obra que
nos advierte del poder de la propaganda política en manos de la elite. Chomsky
y Edward afirman que “en los países donde los resortes del poder están en manos
de la burocracia estatal -mediante el control monopolístico sobre los medios de
comunicación, resulta obvio que dichos medios están al servicio de los fines de
una determinada elite” (Chomsky y Edward, 2009, p. 21).
v Referencias
Arendt, H. (1999). Crisis de la República. España.
Editorial Taurus.
Brieva, H. (2020). La minga política. El Heraldo.
Recuperado de: https://www.elheraldo.co/columnas-de-opinion/horacio-brieva/la-minga-politica-767246
Chomsky, N., y Edward S. H. (2009). Los guardians de
la libertad. Propaganda, desinformación y consenso en los medios de
comunicación de masas. Barcelona. Editorial Crítica. https://cideargumentaciones.files.wordpress.com/2012/06/los-guardianes-de-la-libertad-chomsky.pdf
Demarchi, R. (2014). Los medios ya no median. La Voz. Recuperado
de: https://www.lavoz.com.ar/temas/los-medios-ya-no-median
De Sousa Santos, B. (2001). Los nuevos movimientos
sociales. Debates Teóricos. CLACSO. 177-188. Recuperado de: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/osal/20110210072436/8debates.pdf
Foucault, M. (2006). Seguridad, territorio, población.
Curso en el Collège de France (1977 – 1978). Buenos Aires. Fondo de Cultura
Económica.
Jessop, Bob. (2014). El Estado y el poder. Utopía y
Praxis Latinoamericana. Vol. 19, número 66, pp. 19-35. Recuperado de: https://www.redalyc.org/pdf/279/27937089004.pdf
Weber, M. (1979). El político y el científico. España.
Alianza Editorial.
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