Mesopotamia: base científica de la humanidad

Es sabido que la civilización Occidental contribuyó en gran medida al desarrollo de muchas cosas que el ser humano utiliza para realizarse, convivir y sobrevivir en el mundo, pero no podemos dejar pasar por alto (como casi siempre se hace) el gran nivel de conocimientos que la civilización babilónica –como otras civilizaciones de Oriente- dejó para que las civilizaciones que se establecieron posteriormente tomarán todo ese acervo cultural y tecnológico. Si no fuera por esos conocimientos importantes, por ejemplo, las matemáticas, la astronomía, la arquitectura, etc., el camino hacia el progreso en el campo científico, del que se goza hoy en día, hubiera sido más dificultoso todavía. Occidente lo hubiera conseguido, pero hubieran tenido que emplear la cantidad de siglos que aquellos para desarrollarse como civilización. Ese espíritu descubridor que caracteriza a la civilización Occidental, ya existía hace mucho, pero mucho tiempo atrás.

El profesor español de Historia y Ciencias de la Antigüedad Joaquín Córdoba, expresa tajantemente lo que piensa al respecto de la influencia de Oriente sobre Occidente: “porque Heródoto estimaba que la historia de los pueblos del oriente próximo constituía una aportación valiosa a la civilización humana. Y cuando los judíos deportados a Babilonia evocaban a la orilla del Éufrates su añorada Sión, lo hacían viendo ante sí la inmensidad del zigurat del templo de Marduk, el modelo de lo que sería en sus relatos la torre de Babel. Por ello y por mucho más, si se pretende escribir sobre la historia del pensamiento y la cultura, detenernos en los griegos –el milagro griego- o en el mundo bíblico –la santidad de la Biblia como esencia suprema- equivale a quedarnos en la mitad del camino. Teogonías y cosmogonías, sistemas religiosos y rituales, cultura política y administrativa, matemática, astronomía y física, literatura, historiografía, ciencias de la naturaleza, medicina, arquitectura, todo tiene sus raíces en oriente. Pero más allá que las disciplinas las tiene sobre todo lo que más importa para nosotros, base del espíritu de la cultura y la ciencia: el espíritu deductivo. El espíritu observador. El espíritu ordenador. El espíritu científico”.

En un artículo interesante en el diario El Espectador (octubre 15 de 2010), el crítico literario, biógrafo y cuentista colombiano Julio César Londoño, hace una mención de los aportes importantes de los mesopotámicos, entre esos la matemática, la escritura, el primer código de la humanidad (el código de Hammurabi). Nos dice que hacia el siglo IV los mesopotámicos cubrieron un vacio que llevaba bastante tiempo en las matemáticas. Es decir, ese vacío consistía en que el cero (0) no se había inventado aún. Con esto, según Londoño, la abstracción empieza a abrirse camino en la mentalidad de las primeras civilizaciones. Y tiene razón Londoño, porque si analizamos en qué consistía el acto de contar, encontramos que esas civilizaciones lo hacían con base en algo que se observaba, sujeto concretamente a las cosas. Entonces, lo que se quiere dar a entender es que con la llegada del cero se empezó a hacer una representación de la nada, del vacío.

Las primeras civilizaciones orientales sentaron las bases científicas de lo que se conoce en estos tiempos como ciencia. Recordemos que la historia humana y, por ende, de la ciencia, es un conjunto de hechos concatenados que la realidad social va transformando, pero con la ayuda de todos los actores sociales. Occidente no tiene porque arrogarse la facultad de haber sido el gestor único de todo la actividad científica.

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